Desde la sanción de la ley de Cupo Sindical 25764, en 2002, aún a la fecha la participación  real de las mujeres, en los espacios de decisión de los gremios todavía no se ve reflejada. 

Un hecho concreto es que en la Confederación General del Trabajo (CGT RA) de las 37 secretarias, sólo 2 están ocupadas por mujeres. 

-La participación directa de las mujeres sindicalistas a todos los niveles, desde el nivel de delegada sindical. Salen elegidas, son miembros del Consejo Directivo, pero no son ellas las que negocian los Convenios Colectivos. La escasez de mujeres en los órganos de dirección. Se las excluye abierta y deliberadamente.

Esto indica que no tenemos poder propio, tenemos el poder delegado por los hombres que dicen representarnos.

En esto también estamos hartas de escuchar tópicos como “ellas no quieren”, “no pueden” o peor aún “no saben”. Nosotras tenemos que demostrar que sabemos, a ellos se les presupone.

La igualdad en el poder es el símbolo para el resto de las igualdades, laborales y privadas, porque de la toma de decisiones se derivan el resto de posibilidades de cambio social. Hoy las relaciones de poder son asimétricas, diferentes para hombres y mujeres, el déficit democrático que percibimos en la sociedad, se reproduce en el sindicato, percibimos también el llamado “techo de cristal” o “suelo pegajoso”.

Todavía hoy, sindicalismo y género son dos conceptos difíciles de asociar. Unir conciencia de clase (discriminación como trabajadoras) y conciencia de género (discriminación por razón de sexo), como un todo indivisible, es una tarea que tropieza con múltiples prejuicios. A menudo, entre las propias compañeras, pues no todas las mujeres tienen conciencia feminista como no todos los obreros tienen conciencia de clase.

Somos nosotras las primeras que queremos dejar de ser noticia por el mero hecho de ser mujeres y pasar a ser simplemente personas, como los hombres. Que sea una realidad la complementariedad de los contrarios, en relaciones igualitarias, simétricas

Si se opta por lo contrario, por el poder jerárquico, ocurre a menudo que el dirigente se siente amenazado por la compañera que destaca, y sencillamente la bloquea. Algunas suplen la competitividad siendo valientes, pero eso agudiza los celos de sus compañeros, y el problema, en vez de resolverse,  se agudiza.

A menudo comprobamos cómo las mujeres que aspiran a formar parte de las candidaturas en los órganos de máxima dirección son tachadas de ambiciosas. Nosotras somos ambiciosas, ellos sencillamente asumen responsabilidades. Los estereotipos prevalecen, y con ello, el modelo típicamente masculino.

Para lograr la igualdad necesitamos desestructurar todos estos “patrones culturales” a través de políticas públicas que garanticen su cumplimiento con un seguimiento continuo.